Violencia Vegana

Acabemos con la tiranía de las bocas sanas en cuerpos mal alimentados. Nútrete a base de plantas y vive miles de años, en el mal.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Ella no quería, oiga... Esta semana:

LA QUÍNOA
(Pelotillas del culo del Hijo del Sol, listas para nutrir la pancita de los neoconquistadores)
DIFICULTAD: Tartamudo
TIEMPO DE PREPARACIÓN: En media hora, como quieras.

Si te digo que esta semana te traigo el alimento que condensa el carácter y la fuerza de un imperio milenario que gobernó interminables cadenas de misteriosas montañas, es muy probable que se te haga el culo Pechicola. Pero luego te acuerdas que ciento y pico trujillanos andrajosos les hicieron morder el polvo y se jode la magia.

Hoy la violencia vegana retorna más violenta que nunca, decidida a cagarse en el multiculturalismo, reírse de los jipis idiotas y hacer prensa abusando del mil veces sojuzgado pueblo Aymara. Esta semana su hijoputa alimentario favorito les trae… la Quínoa.

¿Y qué coño es eso? Me dirán ustedes. En España, el país en que pasamos a empujones del pasodoble al jevi, y de ahí, en natural decadencia y fusión extranjerizante, a la oreja de van Gogh y estopa, siempre hemos sido un poco lentos y cándidos a la hora de adoptar modas foráneas. Pero al final, nos pasa como al arahuaco con las cuentas de vidrio, tarde pero caemos en todas. Cuando hablamos de exotismo culinario, el español enterado nivel I (buenrollista de fin de semana o listillo dietético beginner) se queda en el guacamole, el arroz basmati, el hummus y el té de jazmín. Todas ellas cosas extranjeras de países pobres, que después triunfaron en otros países (también extranjeros) más ricos y que veinte años después llegan aquí. Ahora de la Quínoa (o quinua, o quinwa) todavía ni papa. Varios centenares de españoles enterados de nivel II y III ya la conocen (como un servidor) pero ahora mismo en USA y Alemania es lo que peta, el nuevo cuscús, el pasaporte más sencillo y sabroso hacia la modernidad y el compromiso con las culturas milenarias, desde el gañote hasta el ano.

La Wikipedia te dirá solemne que la Quínoa es un pseudocereal (es decir, una planta herbácea) originaria de los Andes, usada por casi todas las civilizaciones andinas como alimento, primero en su variedad salvaje y después mediante el cultivo selectivo. El éxito de los Incas la extendió por toda Sudamérica, pero cuando llegaron los trujillanos bestiales les pareció una puta mierda y la confinaron a los valles menos colonizados, ninguneándola  y considerándola comida de indios y de guarros. Y así siguió hasta que el gringo hippie de turno o el alemán perriflaútico la redescubrieron para occidente en los terribles años 70. Desde entonces, como he dicho antes, lo peta en los salones de lo cool-saludable de medio mundo (hasta el punto de que, en países como Bolivia donde era parte integrante de la dieta popular, el aumento de los precios provocado por el ansia importadora de izquierdistas occidentales la ha convertido en prohibitiva para las clases humildes. Pollazo del comercio justo right in yo-face). Hablando mal y pronto, la Quínoa es una cosa rara, que recuerda al cuscús en la textura y el aspecto, pero que al probarla te deja un sabor suave y único. No sólo es ligera y sabrosa, además es muy apañadita y absorbe sabores con mucha facilidad, por lo que se la puede usar, un poquito como la pasta, con todo tipo de ingredientes a los que su personalidad se va a adaptar quedando siempre fetén- que te cagas, a no ser que no la jodas, torpedo, que nos conocemos.

¿Dónde encontrarla en España? Casi cualquier herbolario la tiene, aunque también se encuentra con facilidad en el Carrefour (en la sección bocas sanas-cuerpos mal alimentados) y hasta en los locutorios sudamericanos. ¿Precio? Entre tres y cinco euros la bolsa de kilo, según el lugar. Por cierto, ten cuidado y no compres la versión inflada ni la pelada, pilla la natural o te arrepentirás, oh, rudo aprendiz del veganismo más descarnado.

He aquí las cuatro edades de la Quínoa
Origen  
Colapso   
Resurgir
Decadencia final

Procedamos a enumerar los INGREDIENTES

  • 350 gr de quínoa (más o menos un tercio del paquete, o un vaso español entero)
  • 1 chorro de aceite de oliva.
  • 1 diente de ajo picado.
  • Media cebolla de las moradas.
  • 2 Guindillas pequeñas.
  • 1 pastilla de caldo vegetal.
  • 2 zanahorias grandes (anden o no anden).
  • 100 gr. de champiñones.
  • 250 gr. de espinacas.
  • 1 tomate grande.
  • Tomillo.
  • Romero.
  • Pimienta negra.
  • Pimentón picante.
  • 2 kg. de Estramonio (opcionales)
CONCEPTO

Hoy pues, emularemos la desdentada furia del guerrero Aymara y nos cocinaremos una pedazo de Quínoa con espinacas que quita er sentío. La idea en primer lugar es sofreír el grano al ajillo, para que adquiera el sabor propio de los pastores del mediterráneo. Es un pequeño acto simbólico que representa el modo en que la cultura andina fue masacrada estultamente por los rudos hijos de los canchales de la meseta. Después coceremos el resultado en dos fases, una primera con vegetales duros y otra con blandos. Nuestro propósito es conseguir una sopa con poco caldo y mucho sabor. La quínoa no es tan buena para follar como otras recetas veganas, al ser un poco rara y tener un cierto aspecto como de pobre, así que se recomienda para parejas ya establecidas o para pajeros con conciencia de clase.
Te vas a poner SIEGO a plantas, cabrón.


PREPARACIÓN

La preparación es de lo más sencillito de este mundo. En un perolo mediano (con tapa, lo digo ahora para que no la cagues luego), echas un poco de aceite de oliva y las dos guindillas. Calientas el aceite a fuego medio y cuando las guindillas comiencen a freírse añades el diente de ajo picadito muy fino. Baja un poquito el fuego (que si no se te churrusca el ajo) y cuando empiece a dorar la mezcla añades la media cebolla morada, también picada fina.

A los cinco minutos, cuando la transparencia inmisericorde afecte a la rica raíz cipolina, viene la parte más estresante de la receta. Verteremos la quínoa, junto con las especias (tomillo, romero, pimienta negra y pimentón picante), el cubo de caldo vegetal partido en seis o siete trozos a ojo y un pelín de sal. Durante dos minutos, refreiremos la hierba del altiplano junto con las especias y el ajillo hasta que adquiera un color amarillento. Cuando esto ocurra, añadiremos dos vasos de agua y subiremos el fuego hasta que hierva.

Cuando el agua rompa a hervir, es hora de añadir la zanahoria y los champiñones picados. Aquí la receta ofrece cierta flexibilidad: si te gustan los vegetales duros y crujientes, pica la zanahoria gorda. Si los prefieres blandurrios, pícala finita, o en cubitos pequeños. Hay gente que también le gusta ponerle patata a la quínoa, por la cosa de caer en el super andinismo incaico. A mí no me vuelve loco, pero allá tú. Obviamente, si tú, oh hijo de puta carnívoro que me lees contra natura, decidieras poner carne en la receta, ahora también sería el momento. Decir no obstante que si no quieres que el Dios Inti y el espíritu vengador del Tawantansiyu te persigan incansables sedientos de venganza el resto de tus noches, asegúrate de que la carné que añadas sea de chinchilla o de cobaya. Joder, vaya digresión larga de cojones. Una vez vertidas las verduras, bajamos el fuego, tapamos, y dejamos cocer DIEZ minutos (sin relación con la publicación semanal).

Usa ese tiempo para meter las espinacas en agua (si tienes caldo, mételas en caldo, ladrón) y llevarlas a un hervor, para que se mustien las hojas y reduzcan su volumen. Pela el tomate, límpialo de semillas, trocéalo y mézclalo con las espinacas bien escurridas. Cuando los diez minutos lleguen a su fin, añade esa mezcla a la quínoa, junto con un chorro de vinagre (crianza) y un poquito de zumo de limón (ambos, como habéis visto, clásicos básicos de la violencia vegana). Deja cocer la mezcla cinco minutos más (fuego lento, cazuela tapada). Retira del fuego. Vaya peazo de quínoa con espinacas que te acabas de currar, chavalote. Si cocinas para tí solo disfruta como una cerda y guarda las sobras, que mañana van a estar más ricas. Si cocinas para más gente, no olvides ocultar la existencia de este blog  y tirarte el pegote de que es una receta propia, o que la aprendiste en un viaje de misionero-aventurero en Paraguay (si en tu casa son de izquierdas, reemplaza “misionero” por “cooperante-guerrillero” y a correr).

Hasta aquí ha llegado el Violencia Vegana de esta semana, el primero tras varias de silencio. Pediríamos disculpas por la ausencia, pero nos importáis una mierda, así que pasamos. La semana que viene estate pendiente chacho porque más maravillas vegetales vendrán a sembrar el terror culinario en tu barriguita educada a base de cocidos monstruosos y pizzas de Casa Tarradellas. Me gustaría mucho también invitaros a colaborar en la violencia vegana, proselitizando, chivándose a Elena Nevado o incluso participando en el blog. Mándanos tus recetas y las publicaremos aquí, para que lleguen a todos los violentos de corazón vegano.  Ale, a mamarla.